domingo, 13 de marzo de 2011

Lanzamiento oficial "Proyecto Androginias"



Este martes 15 de marzo, a partir de las 19H00, en la Casa Trans, Pasaje Mimbela N23-123 y La Gasca:

Daremos inicio a uno de nuestros proyectos mas ambiciosos en términos artísticos y estéticos.

El equipo de artistas está conformado por: Diana Varas (cineasta), Vicario Mujica (estilista), Santiago Terán (fotógrafo), Mayra Estévez (artista sonora), Marisol De Otero (diseñadora de modas) y Cary Costello (activista intersex y animador digital).

L@s model@s reales y virtuales desfilarán por una pasarela nunca antes vista...


miércoles, 26 de enero de 2011

Carta a mi Cuerpo: Un testimonio de Sarah Graham sobre su experiencia como mujer XY

Seguimos adentrándonos en el mundo de los podcasts, cuyas primeras entregas consisten en una serie de relatos intersex. En esta segunda entrega, conoceremos en voz de la terapeuta intersex británica, Sarah Graham, un poco sobre la realidad de las "chicas AIS": mujeres con canon corporal de varones genéticos y la lucha por que la medicina abandone una tradición patriarcal de mentira, ocultamiento e intervención quirúrgica no consentida, y opte por la transparencia y en el consentimiento informado respecto de los cuerpos y vidas de estas mujeres.



INTERSEXUALIDAD, CHICAS AIS - CARTA A MI CUERPO


viernes, 21 de enero de 2011

Activismo político Intersex


Dos interesantes historias de personas intersex en distintas épocas. Y el análisis del activista y academico intersex Cary Costello.




jueves, 6 de agosto de 2009

La incómoda androginia

Por: Elizabeth Vásquez

En los años noventa, Calvin Klein tocó una fibra social sensible al lanzar una línea de moda andrógina. Aunque su ánimo era más mercantil que político - la idea era poder venderle el mismo pantalón a una mujer que a un hombre y doblar el "target" de potenciales consumidor@s- ésto no quiere decir que el diseñador desconociera la naturaleza política de lo que ha constituido una de sus grandes fascinaciones: la transgresión estética.

Para posicionar su propuesta andrógina en un occidente que hace apenas dos décadas marcaba más que hoy la diferencia genérica en los cuerpos vestidos, Calvin Klein ensayó una transformación de sus top-models que desdibujara los rasgos de la diferencia sexual "original" – la de los cuerpos desnudos – y posicionara otras posibilidades físicas y estéticas de masculinidad y feminidad.

Chicos delicados y chicas atléticas fueron escogid@s y esculpid@s para modelar las nuevas prendas. En el caso de las mujeres, entre quienes ensayaron la androginia a base de específicas rutinas físicas, barras y pesas, estuvieron algunas de las modelos "hiper femeninas" de la época y, entre ellas, la joven Kate Moss. Con tríceps definidos, cabello corto, poco maquillaje y topless posado de espaldas, una foto en la que lucía un pantalón de la nueva línea por única prenda desató la polémica, que giró alrededor de acusaciones de explotación laboral de adolescentes y promoción del nudismo por parte de Calvin Klein.

Formalmente, se cuestionó la edad de l@s model@s – que, no obstante, habían posado aún más jóvenes para anteriores líneas sin que nadie se "rasgara las vestiduras" (a propósito de trapos). Y se denunció que estaban siendo sometid@s a un tratamiento "sexualizado" y "degradante". Al parecer, los topless de espaldas no eran tan admisibles como lo habían sido los escotes frontales de otros diseños de siempre.

Pero, por debajo de las formas y sus contradicciones, el verdadero juicio moral a Calvin Klein, recaído sobre la androginia en sí misma, problematiza las incomodidades de una sociedad que se empeña en nombrar géneros binarios y definitivos porque le teme a aquello que la ambigüedad revela: de pronto la hiper fémina Kate Moss, cuyo género existe para confirmar la heterosexualidad del hombre que se cree muy macho por el hecho de desearla, es capaz de transformarse fácilmente en un muchacho de catorce años que se acaba de sacar la camiseta y seguirle gustando a ese mismo hombre. La indeterminación en el género toca la puerta de la indeterminación en el deseo.

La censura a la línea andrógina de Calvin Klein recuerda que el orden sexual, como el poder en general, necesita categorías nítidas para asegurar su imperio. Cuando las identidades se empeñan en nombrarse "definitivamente", a veces le hacen el juego al poder, reubicándose en lugares en que pueden ser sometidas a control. Entonces, la androginia nos advierte, y de ahí su valor político, sobre la importancia de nombrar frecuentemente a "l@s indefinid@s" y cuestionar el origen de las condenas sistémicas que reciben. Al fin y al cabo, su existencia nos obliga a reconocer que la diversidad humana desborda todo intento de encasillamiento.

Una perspectiva distinta de ser XXY: ¿No será un Privilegio?



Por: Onni Neko
(Publicado previamente en: www.xxyaware.blogspot.com)


Frente a las puntualizaciones que ha hecho la comunidad médica acerca de la presencia de problemas de aprendizaje en las personas XXY, debo decir que sospecho que con un ritmo educativo distinto, y tiempo, la o él XXY promedio desarrollaría un esplendor intelectual que nada habría de envidiar a la o el XX y la o el XY promedio.

Me explico. L@s XXY maduramos más despacio. Es de sobra conocido que l@s niñ@s aprenden mejor y más rápido que l@s adult@s. Una persona XXY completa su desarrollo a lo largo de un periodo considerablemente más largo que una niña o niño XX o XY; en promedio, unos ocho años más tarde. El periodo de desarrollo en los varones y hembras genétic@s es muy corto. Las sociedades del 99% del mundo consideran que, a los 18 años, la persona alcanza la madurez adulta. Sin embargo, l@s XXY (siempre y cuando no hayan sido sometid@s a intervención hormonal), terminan de madurar física y psicológicamente alrededor de los 25 años. Si comparamos a una persona XXY de 25 con una persona XX o XY de 18 (que son las edades equivalentes en términos de madurez relativa), la persona XXY obtiene puntajes significativamente más altos en pruebas de inteligencia. La comunidad médica no ha prestado suficiente atención a este hallazgo.

Y, a pesar de todos sus intentos por combatir y suprimir el "Síndrome de Klinefelter", mi experiencia apunta a que l@s XXY ocupamos un porcentaje alto de profesiones altamente cualificad@s en proporción con nuestra presencia estadística en la población (somos 1 entre 500 a 1 entre 1000). No tengo un estudio que lo pruebe y es un pendiente que sugiero sea tomado en cuenta por el activismo intersex.

Las puntualizaciones de la comunidad médica no han tomado en cuenta que l@s XXY competimos en un sistema que no fue diseñado para nosotr@s. Si nosotr@s no maduramos hasta los 25, y si nuestras familias nos lanzan al mundo a los 18 años para que nos hagamos "hombres" (nótese también la ironía del género), en esencia nos están lanzando al mundo a los 14 años. Un chico de 14 podrá ser muy inteligente, pero sencillamente, le falta la madurez que se requiere para la supervivencia en sociedad. Entonces, el ritmo socio-educativo y cognitivo que se nos aplica no es el adecuado en cuanto no concuerda con el ritmo de nuestro reloj biológico.

Por otra parte, en la universidad se utiliza un método de enseñanza que funciona para un porcentaje de la población, pero no para l@s XXY. Durante mi vida universitaria, me di cuenta que asistir a medio tiempo, tomando dos o tres clases por semestre, me funcionaba mucho mejor. De esas dos o tres materias, terminaba profundizando cinco veces más que el promedio de mis compañer@s, porque el cerebro XXY funciona buscando explicaciones exhaustivas de cualquier teorema o procedimiento.

Desafortunadamente, los exámenes universitarios están diseñados para evaluar a la o el estudiante acerca de porciones específicas del conocimiento, usualmente vinculadas a la memoria de corto plazo. El cerebro XXY no funciona así. En mi caso, mi memoria de corto plazo es frágil, pero pueden pasar 20 años y puedo volver al cálculo integral como si lo hubiera aprendido ayer. L@s XXY hacemos esto con la misma facilidad que una o un profesional de las matemáticas, y ello se debe a nuestra potente memoria de largo plazo. La posibilidad de regresar con exactitud al momento en que alguien enunció o escribió una idea, y la explicó, nos permite retomar esa idea varias décadas después.

Les digo entonces a l@s XXY que son inteligentes, que no se dejen frustrar por un sistema educativo que no está diseñado para nosotr@s y que, por lo tanto, puede hacernos creer que somos perdedores (as) en él. Sabiendo de nuestra diferencia, planifiquemos nuestros estudios a nuestro propio ritmo y aprovechemos los años extra de inmadurez y juventud que nuestra particular biología nos ha regalado, pues son esos, precisamente, los valiosos años en que el aprendizaje mejor se da.


miércoles, 5 de agosto de 2009

Salud XXY

Por: Onni Neko

Los intersex, y en particular los XXY, enfrentamos retos muy particulares en este campo, ya que la medicina, y en general, los sistemas de salud pública, no están diseñados para atender adecuadamente a nuestros cuerpos intermedios.

Compensación hormonal y osteoporosis:

En particular, las personas XXY tenemos necesidades endocrinológicas (hormonales) muy específicas, y el campo de la endocrinología es uno de los peor atendidos por el sistema de salud pública. Mi sistema endocrinológico está casi cerrado, ya que no produzco progesterona de forma natural, ni tampoco cortisol. En esto, me parezco a las personas con hiperplasia andrenal congenita (otra condición intersex) pero, dado que tengo el síndrome de Klinefelter, la condición CAH no aplica en mi caso desde el punto de vista médico.

Ahora bien, ¿qué tienen que ver las hormonas con la osteoporosis que frecuentemente aqueja a las personas XXY? Una persona se enfrenta a un cuadro de osteoporosis cuando, en las pruebas de densidad ósea, da una lectura de (-3). En teoría, la osteoporosis puede afectar a cualquier persona mayor de 18 años, si bien, generalmente, sólo afecta a personas mayores de 70, principalmente mujeres, de contextura pequeña, personas que fuman, que no tienen una dieta balanceada, y que no han hecho ejercicio. Sin embargo, a los 35 años de edad, analizada mi situación tanto en la escala de densidad ósea que se aplica a los varones, como en la que se aplica a las mujeres, se me diagnosticó una osteoporosis severa.

Lo que los médicos no me dijeron es que la osteoporosis se produce por falta de estradiol y progesterona (el primero retiene la masa ósea, y la segunda la produce). Independientemente del sexo biológico, el cuerpo humano necesita la hormona femenina estradiol (convertida por la aromatasa en los cuerpos masculinos y producida de forma natural por los cuerpos femeninos) a fin de regenerar y retener masa ósea. Adicionalmente, y dada mi estatura, yo necesitaba mucho más calcio (elemento fundamental en la producción de la masa ósea), vitamina D (que convierte al calcio en hueso), y otros elementos (multivitaminas). En conclusión, la administración de hormonas femeninas era lo que más me convenía, pero, dado que en un mundo binario que sólo admite dos sexos, yo era un “hombre", los médicos no se atrevieron a comentarme este particular.

Identidad de Género:

Mi condición intersex es a menudo patologizada como “desorden de identidad de género” o “disforia de identidad de género”, confundiéndosela con transexualidad. Frente a esto, dos aclaraciones son pertinentes: 1. La transexualidad no debería estar patologizada como un “desorden”, ni debería corresponder a los médicos diagnosticar la identidad de género de las personas. La disforia, o angustia que una persona pueda experimentar al vivir la transexualidad es producto de una sociedad binaria que no permite espacio a la vivencia libre y matizada del género. 2. La intersexualidad no es transexualidad. Para ser transexual, hace falta haber nacido macho o hembra y los intersex no somos ni machos, ni hembras. En todo caso, es común que las personas intersex, afrontemos, en algún momento de nuestras vidas, crisis de identidad de género. Y por las mismas razones que los transexuales; al igual que ellos, no encajamos en el binario, sólo que en nuestro caso, es nuestro cuerpo el que de partida no encaja.

Por otro lado, hay una tendencia a catalogarnos a las personas XXY como machos, sólo que machos “un poquito diferentes”. Puede que para algunos XXY, ésto resulte reconfortante o halagador, pero en el fondo es una mentira. La realidad es que los XXY no tenemos una biología únicamente masculina ni únicamente femenina. ¿Predominantemente masculina, entonces? Supongo que "técnicamente" sí, pero en el fondo la respuesta depende de qué característica física consideremos predominante. Tal vez para buena parte de la sociedad y de la comunidad científica, el pene sea uno de los órganos más importantes de un cuerpo y, entonces, resulta comprensible que cataloguen al cuerpo XXY como un cuerpo predominantemente masculino, porque tiene pene. Pero puede ser que para determinada persona XXY, su pene no sea lo más importante. A lo mejor lo más importante de su cuerpo, para esa persona específica, sea la silueta o los senos característicos de la biología XXY, y entonces considere que su cuerpo es predominantemente femenino. En lo personal, me considero simplemente una persona cuyo cuerpo no es exclusivamente masculino ni exclusivamente femenino.

Orientación Sexual:

A simple vista, suelo ser catalogado como un gay afeminado, o como una lesbiana masculina (dependiendo del sexo que me asignen de partida). En mi adolescencia experimenté cierta dosis de homofobia porque muchos hombres gays se me acercaban “demasiado”. A los veinte, al asumirme como mujer, intenté que me gustaran los hombres como le gustarían a una chica heterosexual. No funcionó muy bien, aunque tuve un acercamiento bonito con un chico en particular, pero eso es otro cuento. Por otro lado, desempeñar el papel de hombre heterosexual con las mujeres es algo que me resulta un tanto forzado. Puedo cumplir el rol sexual sin problema, pero me resulta frío, repetitivo y aburrido. Entonces, ¿cómo me identifico en términos de orientación sexual? Me considero una persona a la que le gustan básicamente las mujeres, pero no en calidad de hombre. ¿Lesbiana entonces? Podría ser, excepto que, como dije antes, en estos momentos de mi vida vivo como “hombre” (con las justas, repito, transitando por el filo de la masculinidad). ¿Lesbiana masculina? Tal vez es lo que más se asemeja a lo que soy, pero ya sabemos que no del todo.

Apariencia física:

Tengo un cierto nivel de desarrollo mamario, pero, como ya sabemos, no soy mujer. Y, como sabemos, tampoco soy hombre. La cinturita y cadera esculturales de mis veinte años eran muy difíciles de disimular, por lo que en aquel entonces, me cansé de explicarle a la gente continuamente que no era mujer. Si hubiera sido más osado en aquella época, quizás habría emprendido la ruta de hombre a mujer, y transitado hacia la feminidad total.

Cabe recalcar que la mayoría de los XXY, dado que se sienten hombres, emprenden un camino de masculinización para eliminar sus características femeninas. Lo hacen a través de la hormonoterapia de testosterona. Adicionalmente, algunos, se someten a cirugías de remoción de sus senos intersex. Inyectarme testosterona y practicarme una mastectomía son dos cosas que yo nunca haría, precisamente porque no me identifico como hombre (o como sólo hombre).

Han pasado varios años ya, desde que me diagnosticaron el Síndrome de Klinefelter. He recorrido un largo camino en busca de respuestas y soluciones a la fatiga extrema, al dolor muscular y óseo, y a la crisis de identidad de género. Han tenido que transcurrir tres décadas en mi vida para que todos esos problemas desaparezcan. La solución a mis problemas físicos la encontré en el estradiol, la progesterona y las vitaminas. La solución a la crisis de identidad de género la encontré transformando ese diagnóstico impersonal de “Síndrome de Klinefelter” en una reflexión personal y una comprensión profunda de mi cuerpo intersexuado, de mi identidad XXY, y de mi derecho a vivir una vida sana y equilibrada. Espero que este testimonio mío, ayude a otros XXY a disfrutar de ese derecho, antes de los treinta.

Ser XXY

Por: Onni Neko

Todos los días me enfrento a un mundo binario donde sólo existen lo masculino y lo femenino. Contrariando al mundo, una realidad distinta existe en mi cuerpo, donde lo masculino y lo femenino están repartidos en diversas características físicas y orgánicas. No pasa un día sin que me pregunte si no sería más fácil escoger uno solo de esos dos conjuntos de características, y aniquilar toda huella del otro.

De cara a la sociedad, camino con las justas por el filo de la masculinidad, y lo logro con relativo éxito (por fin) en esta década de mi vida. Digo en esta década, porque mi cuerpo va cambiando, como el de todos, con el transcurrir de los años. Y en determinadas edades, a mi cuerpo le ha costado (y quizá le costará), presentar una estética masculina suficientemente convincente.

Cuando tenía diez años, me veía mucho más “femenina” que “masculino”. En esa edad no era yo quien decidía, sino los adultos, y ellos a menudo me decían “niña”. A mí no me molestaba, pero pronto entendí que a mis padres sí. Cada vez que alguien se “confundía” acerca de mi “verdadero sexo”, ellos se apresuraban a corregir: “es varoncito”; ante lo cual, la persona “confundida” ofrecía mil disculpas. Fue así como, antes de la pubertad, aprendí que ser intersex es motivo de incomodidad y vergüenza en nuestra sociedad.

Nuestro país no reconoce un género andrógino, de modo que o eres masculino o eres femenino para efectos de la cédula de identidad. Yo soy legalmente masculino, porque así me catalogaron al nacer ante la eminencia del signo masculino más sobresaliente de mi cuerpo: mis genitales.

Sin embargo, a la edad de veinte años, preferí presentarme ante la sociedad como una chica joven. Lo hice porque ello me resultaba mucho más fácil que explicarle continuamente a la gente que no era mujer. A los treinta años, en cambio, empecé a vivir como un hombre porque había subido mucho de peso. Mi nueva masa corporal, sumada a mi alta estatura, que es una característica típica de mi condición intersex, hacía que resultara más convincente presentarme como varón (es así hasta hoy). Y, aunque resulta triste admitirlo, parte de mi motivación provenía de la constatación de que a los hombres se les respeta más que a las mujeres. Y eso me convenía.

Pero, ¿quién soy yo y qué soy yo en realidad? Soy entre otras cosas lo siguiente:

Una persona intersex.

Un intersex con un tipo de intersexualidad que la medicina denomina Síndrome de Klinefelter.

Una persona con 47 cromosomas sexuales XXY, en vez de los 46, XY de los varones, o los 46, XX de las mujeres.

Una persona que escoge utilizar estradiol (un estrógeno), en lugar de testosterona.

Una persona que ha leído toda clase de documentos, ensayos, conceptos, textos de biología, etc., y que ha llegado a la conclusión de que la mayoría de médicos enfoca inadecuadamente el tema de la intersexualidad.

Una persona con signos de masculinidad y signos de feminidad simultáneamente presentes en su cuerpo.

Si uso ropa floja, la gente me cataloga como hombre o como mujer, según la voz que me esfuerce en poner. Si afino la voz me catalogan como mujer y, si la agravo, me catalogan como hombre. En cambio, si uso ropa ajustada, la gente me cataloga como mujer, independientemente de la voz que ponga.

Como muchos XXY, en determinado momento de mi vida tuve osteoporosis.

Como muchos XXY, tengo dislexia.

Como muchos XXY, tengo una voz privilegiada para cantar, producto de la mezcla de características masculinas y femeninas en mi organismo.

De manera natural, produzco menos testosterona (4%) y más estradiol (20% o más).

Respecto de la mayoría de personas, no es una decisión sobre mi género lo que me hace diferente, sino mi sexo de nacimiento. No soy transgénero, sino intersex. En otras palabras, no soy un macho genético que decide vivir como mujer, ni una hembra genética que decide vivir como hombre. Soy una persona que, desde el punto de vista genético, no es ni macho ni hembra.

Esto no quiere decir que las personas intersex no tengamos identidad de género, como cualquiera. Entre quienes somos XXY, hay personas que se identifican como hombres (la mayoría), personas que se identifican como mujeres, personas que se identifican como ambas cosas y personas que, como yo, optamos por identificarnos como “ninguna de las dos".