jueves, 6 de agosto de 2009

La incómoda androginia

Por: Elizabeth Vásquez

En los años noventa, Calvin Klein tocó una fibra social sensible al lanzar una línea de moda andrógina. Aunque su ánimo era más mercantil que político - la idea era poder venderle el mismo pantalón a una mujer que a un hombre y doblar el "target" de potenciales consumidor@s- ésto no quiere decir que el diseñador desconociera la naturaleza política de lo que ha constituido una de sus grandes fascinaciones: la transgresión estética.

Para posicionar su propuesta andrógina en un occidente que hace apenas dos décadas marcaba más que hoy la diferencia genérica en los cuerpos vestidos, Calvin Klein ensayó una transformación de sus top-models que desdibujara los rasgos de la diferencia sexual "original" – la de los cuerpos desnudos – y posicionara otras posibilidades físicas y estéticas de masculinidad y feminidad.

Chicos delicados y chicas atléticas fueron escogid@s y esculpid@s para modelar las nuevas prendas. En el caso de las mujeres, entre quienes ensayaron la androginia a base de específicas rutinas físicas, barras y pesas, estuvieron algunas de las modelos "hiper femeninas" de la época y, entre ellas, la joven Kate Moss. Con tríceps definidos, cabello corto, poco maquillaje y topless posado de espaldas, una foto en la que lucía un pantalón de la nueva línea por única prenda desató la polémica, que giró alrededor de acusaciones de explotación laboral de adolescentes y promoción del nudismo por parte de Calvin Klein.

Formalmente, se cuestionó la edad de l@s model@s – que, no obstante, habían posado aún más jóvenes para anteriores líneas sin que nadie se "rasgara las vestiduras" (a propósito de trapos). Y se denunció que estaban siendo sometid@s a un tratamiento "sexualizado" y "degradante". Al parecer, los topless de espaldas no eran tan admisibles como lo habían sido los escotes frontales de otros diseños de siempre.

Pero, por debajo de las formas y sus contradicciones, el verdadero juicio moral a Calvin Klein, recaído sobre la androginia en sí misma, problematiza las incomodidades de una sociedad que se empeña en nombrar géneros binarios y definitivos porque le teme a aquello que la ambigüedad revela: de pronto la hiper fémina Kate Moss, cuyo género existe para confirmar la heterosexualidad del hombre que se cree muy macho por el hecho de desearla, es capaz de transformarse fácilmente en un muchacho de catorce años que se acaba de sacar la camiseta y seguirle gustando a ese mismo hombre. La indeterminación en el género toca la puerta de la indeterminación en el deseo.

La censura a la línea andrógina de Calvin Klein recuerda que el orden sexual, como el poder en general, necesita categorías nítidas para asegurar su imperio. Cuando las identidades se empeñan en nombrarse "definitivamente", a veces le hacen el juego al poder, reubicándose en lugares en que pueden ser sometidas a control. Entonces, la androginia nos advierte, y de ahí su valor político, sobre la importancia de nombrar frecuentemente a "l@s indefinid@s" y cuestionar el origen de las condenas sistémicas que reciben. Al fin y al cabo, su existencia nos obliga a reconocer que la diversidad humana desborda todo intento de encasillamiento.

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